martes, 7 de julio de 2009

Consigna

Lean el texto sobre El Nuevo Periodismo y las dos crónicas que ya les han sido entregadas y que están pegadas una entrada más abajo (la de “Caracas sin agua” es de Gabriel García Márquez y la de Nueva Orleans es de Hinde Pomeraniec quien es corresponsal del diario Clarín) Les recomiendo que amplíen y busquen información sobre ambos hechos.
Consigna:
1) Analizar qué características del Nuevo Periodismo presentan las dos crónicas y justificar el análisis con citas extraídas de ambas. Aclarar si los autores “filtran” información periodística o estadística u opinión personal en ellas y cómo. Aclaren cómo está escrita la crónica (primera/tercera persona y tiempo verbal – pasado/presente). Además, deberán agregar cualquier impresión, conclusión, opinión y afirmar si les gustaron cada una de ellas o no y porqué.
2) Escribir una crónica sobre las vacaciones de invierno (tengan en cuenta los cambios de actividades de los jóvenes con la gripe A) La extensión mínima es de 400 palabras y se les sugiere la escriban utilizando un procesador de textos. Utilicen una variedad de recursos estilísticos y periodísticos (diálogos realistas, descripciones de personajes y de ambiente, escenas, varios puntos de vista, información periodística, estadística, etc.) del Nuevo Periodismo. Si quieren, pueden inventar un personaje que le otorgue una unidad de acción a la crónica, como hizo García Márquez con la crónica de Caracas. Presten atención a la puntuación, a los tiempos verbales y a no repetir palabras o frases.

Ante cualquier consulta, pueden escribir un comentario antes del 17/07.

El Nuevo Periodismo

EL NUEVO PERIODISMO

A mitad de la década del sesenta comenzó a aparecer en los Estados Unidos una nueva forma de periodismo que inquietó a la Literatura y que comenzó a ocupar un lugar importante dentro del género de la novela.

EL FUROR POR LA NOVELA
Hacia los años cincuenta publicar una novela exitosa (o, mejor dicho, “La Novela”) se había convertido en el sueño americano de cualquiera que tuviera un mínimo interés por las letras. Existía la creencia que con la finalización de la Segunda Guerra Mundial (1945) comenzaría una nueva edad de oro en la novela norteamericana comparable con la que tuvo lugar después de la Primer Guerra con autores como Hemingway, Dos Passos y Fitzgerald. Por entonces no existía el periodista literario; y, si algún periodista aspiraba seriamente a ese rango, debía abandonar el periodismo por la mala fama que éste tenía en el mundo de la Literatura.
Al comenzar los años sesenta los periodistas que se dedicaban a hacer reportajes[i] empezaron a intentar hacer un periodismo que se leyera igual que una novela. En ningún momento pensaron que la tarea que llevarían a cabo en los próximos diez años iba a destronar a la novela como máximo exponente literario y, al mismo tiempo, a revolucionar el periodismo inaugurando un nuevo género que, hasta la actualidad, es uno de los más difíciles de escribir y uno de los más leídos.
IGUALITO A UNA NOVELA
A partir de 1962 empezaron a aparecer los primeros reportajes que eran presentados con relatos breves formados por pequeñas escenas y pasajes explicativos que podían bien ser confundidos con el cuento corto. Lo que los diferenciaba de éste último era que contenían información que manejaban los reporteros y que trataban casos reales.
Así los periodistas salieron de sus escritorios y comenzaron a buscar datos reales con los que ilustrar sus relatos, casi como detectives, y no sólo lo hacían por el estilo novelístico en sí, sino para darle una mayor veracidad a sus reportajes. Los artículos periodísticos empezaron a utilizar cualquier artificio literario (diálogo, monólogo interior, narración, descripción) y a emplear varios géneros diferentes en forma simultánea.
El periodista, que hasta entonces jamás aparecía materializado en una nota, comenzó a incluirse en los reportajes, ya sea en tercera persona (como un personaje más de la historia) o, incluso, relatando en primera. Aún más, utilizaban más de un punto de vista para escribir un reportaje.
Aquellos periodistas estaban traspasando los límites convencionales del periodismo, pero no simplemente a lo que se refiere a la técnica. La forma de recolectar información que estaban desarrollando se les aparecía también mucho más ambiciosa. Era más intensa, más detallada y ocupaba mucho tiempo: debían reunir todo el material que un periódico persigo… y luego ir más allá. Iban a los lugares de los hechos a registrar escenas dramáticas, los diálogos, los gestos, los detalles del ambiente… y hasta revolvían tachos de basura para saber qué consumían sus personajes. La idea consistía en dar una descripción objetiva completa, más la vida subjetiva o emocional de los personajes a través de escenas completas, diálogo prolongado, punto de vista y monólogo interior. Para ello también se utilizaba en forma abundante los puntos, guiones, signos de exclamación, cursivas y ocasionalmente figuras de puntuación que no se habían empleado nunca ;;;;;;;;;;;;;;;;;;; e interjecciones, gritos, palabras sin sentido, onomatopeyas, empleo continuo del presente histórico, etc. La gente, especialmente los críticos literarios, comenzaron a parodiar este nuevo estilo. Y es que no ocurre muy a menudo que alguien se tope con un nuevo estilo, punto. Y si un estilo nuevo se creaba, no a través de la novela, ni del cuento, ni del poema, sino a través del periodismo… resultaba extraordinario.
LA TOMA DEL PODER
Fue a finales de 1966 cuando se oyó hablar por primera vez del “Nuevo Periodismo” y, aunque no era un “movimiento” porque carecía de manifiestos, clubs ni puntos de reunión, ya se había cobrado su tributo literario ¡y al contado!
La súbita aparición de este nuevo estilo de periodismo había provocado pánico en el escalafón de la comunidad literaria, la cual lo denominaba “Paraperiodismo” o una “forma bastarda” de hacer periodismo. Este escalafón era algo así como una división social de clases muy rígida, en la cual uno podía competir únicamente con gente de su misma categoría. La clase literaria más elevada la formaban los novelistas, comediógrafos y poetas… pero sobre todo los novelistas. Se les consideraba como los únicos escritores “creativos”. La clase media la constituían los “hombres de letras”: ensayistas literarios y los críticos. La clase inferior la conformaban los periodistas y casi no se percibía su existencia. Se les consideraba como operarios pagados al día que extraían pedazos de información bruta para mejor uso de escritores de mayor “sensibilidad”. En cuanto a los que escribían para las revistas populares y suplementos dominicales (las revistas de los domingos que salían junto con los periódicos), los llamados escritores independientes, ni siquiera formaban parte del escalafón.
Así fue cómo los que estaban en la cúspide del escalafón literario vieron que una horda de escritores de revistas baratas y suplementos dominicales, sin credenciales literarias, se permitían ignorar las categorías literarias que habían estado formándose durante casi un siglo. El pánico se propagó primero entre los hombres de letras. Si esa nueva forma de hacer periodismo conquistaba algún tipo de estabilidad literaria, los “hombres de letras” verían su escalafón cambiar de forma. Para darle una categoría literaria a lo que estos nuevos periodistas escribían, se empezó a categorizar sus trabajaos como “no-ficción”.
A SANGRE FRIA
La historia contada por Truman Capote sobre la vida y la muerte de dos criminales que exterminaron a una familia adinerada de granjeros de Kansas apareció en forma seriada en The New Yorker en otoño de 1965 y se publicó como libro en febrero de 1966. Causó gran sensación… y fue un golpe terrible para aquellos que confiaban en que el Nuevo Periodismo se iba a extinguir por sí mismo. No se trataba de algún oscuro periodista, sino de un novelista de larga reputación y que con este giro hacia la nueva forma de periodismo no sólo había resucitado su prestigio sino que lo había hecho aún mayor que antes. Gente de todas las clases leía su A Sangre Fría. El propio Capote no lo llamó periodismo; muy al contrario; afirmó que había inventado un nuevo género literario: “la novela de no-ficción”. Lo que el escritor estaba haciendo era intentar darle a su obra el sello del género literario de su época, para que los profesionales de la literatura lo tomasen en serio. A pesar de eso, su éxito dio al Nuevo Periodismo un impulso arrollador.
Capote pasó cinco años reconstruyendo la historia y entrevistándose con los asesinos en la prisión. Realizó un trabajo muy meticuloso e impresionante. Pero en 1966 empezaron a verse proezas en el campo del reportaje que resultaron extraordinarias. Había surgido una casta de periodistas que poseían el coraje de meterse en cualquier ambiente, incluso en sociedades cerradas. Así, no de ellos se incorporó a una compañía de infantería y escribió un libro sobre la guerra de Vietnam desde la primera línea de combate; otro acompañó en sus entrenamientos a un equipo profesional de fútbol americano y hasta jugó en cuarta base para realizar un producto literario que impactó tanto como el libro de Capote. Y el premio al mayor coraje se lo llevó un escritor independiente que “rodó” con los Ángeles del Infierno[ii] durante dieciocho meses hasta que estos le dieron una paliza y lo dejaron tirado en el suelo escupiendo sangre y dientes…
Hacia 1969 no existía nadie en el mundo literario que se permitiese desechar al Nuevo Periodismo como un género literario menor.
PINTORES DE UNA ÉPOCA
Los años sesenta constituyeron una de las más extraordinarias décadas de la historia de Estados Unidos de Norteamérica en lo que a costumbres y éticas se refiere. Las costumbres y las éticas hicieron la historia de los sesenta. Esta década no sólo se caracterizó por la guerra de Vietnam, la exploración del espacio, los asesinatos políticos… sino también como la década de las costumbres y las éticas, las maneras de vivir, las actitudes hacia el mundo que cambiaron al país más que ningún otro acontecimiento político. Pero los novelistas dieron la espalda y no relataron el abandono y el surgimiento de nuevas normas y las creencias, las formas para adquirir “dinero fácil”, la revolución swinger, el movimiento hippie, las terapias de grupo, los primeros militares negros, los movimientos radicales, los pacifistas, los racistas, las feministas, los marginados, el consumo de LSD y el movimientos psicodélico y los mega conciertos underground. Esto dejó un inmenso hueco en las letras norteamericanas y los únicos que se animaron a contar cómo se vivía por aquellos años fueron los nuevos periodistas. Estos paraperiodistas tenían todos los años sesenta locos de Estados Unidos, obscenos, tumultuosos, mau-mau, empapados de droga, para ellos solos.
EL REALISMO
Los periodistas descubrieron los procedimientos que le dieron a la novela realista su fuerza única, la “inmediatez”, como “realidad concreta”, como “comunicación emotiva”, así como su capacidad para “apasionar” o “absorber” al lector.
Estos procedimientos constaban –más o menos- de cuatro pasos básicos:
1) La construcción escena por escena, recurriendo lo menos posible a la mera narración histórica o cronológica.
2) El uso del diálogo realista que afirma y sitúa al personaje con mayor rapidez y eficacia que cualquier otro procedimiento individual.
3) El “punto de vista en tercera persona” que presenta cada escena al lector a través de los ojos de un personaje particular, para dejar al lector la sensación de estar metido en la piel del personaje y de experimentar la realidad de la escena tal como la está experimentando el personaje. Los periodistas habían utilizado con frecuencia el punto de vista en primera persona (“Yo estaba ahí”, “Este cronista que les escribe”), pero aquello había resultado en una gran limitación para relatar cómo los personajes de sus historias se sentían u opinaban respecto a un tema o situación. En cambio, comenzaron a realizar extensas entrevistas a sus personajes para saber sobre sus pensamientos y emociones y así incluso utilizar varios puntos de vista focalizando las narración en distintos personajes.
4) La relación de gestos cotidianos, hábitos, modales, costumbres, estilos de viajar, de comer, de llevar la casa, modos de comportamiento frente a niños, criados, superiores, inferiores, además de las diversas apariencias, miradas y otros detalles simbólicos que pueden existir en el interior de una escena. Estos símbolos del status de vida de las personas son más que un adorno. (Si releen la crónica sobre la campaña de De Narváez se darán cuenta que si se eliminan los detalles de que el candidato desciende de su jet privado y que toma bebidas Light, se pederían aquella relación del candidato con determinada clase social)
La combinación de estos cuatro procedimientos resultó en una forma que no es simplemente igual que una novela porque se beneficia de la ventaja que el lector sabe que todo esto ha sucedido.
Todos los Nuevos Periodistas dedicaban (y dedican) una gran extensión al análisis y la evaluación de su materia prima, aunque raras veces asumen un tono moralizante. Normalmente, canalizan sus opiniones a través de la voz de sus personajes. Y siempre escriben sobre lo que saben, sobre lo que han vivido…

(Este texto es parte de una síntesis de la primera parte del libro “El Nuevo Periodismo” de Tom Wolfe, Editorial Anagrama, Barcelona, 1973)

[i] Los reportajes, por aquellos años, eran todos aquellos artículos periodísticos que no entraban dentro de la categoría de noticia. Su forma actual es la de la crónica.
[ii] Los Ángeles del Infierno era una banda de motociclistas proscriptos.

sábado, 4 de julio de 2009

Crónicas

Chicos:
A continuación encuentran las dos crónicas que les deberían haber entregado en el colegio. Presten atención a la de "Caracas sin agua" porque en la copia que les dieron hubo un problema y no se veían muy bien la última línea en dos carillas. Vayan leyéndolas. El martes a la tarde publico el instructivo.
Inés

Caracas sin agua

CARACAS SIN AGUA

Después de escuchar el boletín radial de las 7 de la mañana, Samuel Burkart, un ingeniero alemán que vivía solo en un pent-house de la avenida Caracas, en San Bernardino, fue al abasto de la esquina a comprar una botella de agua mineral para afeitarse. Era el 6 de junio de 1958. Al contrario de lo que ocurría siempre desde cuando Samuel Burkart llegó a Caracas, 10 años antes, aquella mañana de lunes parecía mortalmente tranquila. De la cercana avenida Urdaneta no llegaba el ruido de los automóviles ni el estampido de las motonetas. Caracas parecía una ciudad fantasma. El calor abrasante de los últimos días había cedido un poco, pero en el cielo alto, de un azul denso, no se movía una sola nube. En los jardines de las quintas, en el islote de la Plaza de la Estrella, los arbustos estaban muertos. Los árboles de las avenidas, de ordinario cubiertos de flores rojas y amarillas en esa época del año, extendían hacia el cielo sus ramazones peladas.
Samuel Burkart tuvo que hacer cola en el abasto para ser atendido por los dos comerciantes portugueses que hablaban con la clientela de un mismo tema, el tema único de los últimos cuarenta días que esa mañana había estallado en la radio y en los periódicos como una explosión dramática: el agua se había agotado en Caracas. La noche anterior se habían anunciado las drásticas restricciones impuestas por el INOS a los últimos 100.000 metros cúbicos almacenados en el dique de La Mariposa. A partir de esa mañana, como consecuencia del verano más intenso que había padecido Caracas después de 79 años, había sido suspendido el suministro de agua. Las últimas reservas se destinaban a los servicios estrictamente esenciales. El gobierno estaba tomando desde hacía 24 horas disposiciones de extrema urgencia para evitar que la población pereciera víctima de la sed. Para garantizar el orden público se habían tomado medidas de emergencia que las brigadas cívicas constituidas por estudiantes y profesionales se encargarían de hacer cumplir.
Las ediciones de los periódicos reducidas a cuatro páginas, estaban destinadas a divulgar las instrucciones oficiales a la población civil sobre la manera como debía proceder para superar la crisis y evitar el pánico.
A Burkart no se le había ocurrido una cosa: sus vecinos tuvieron que preparar el café con agua mineral, le anunció que la venta de jugos de frutas y gaseosas estaba racionada por orden de las autoridades. Cada cliente tenía derecho a una cuota límite de una lata de jugo de fruta y una gaseosa por día, hasta nueva orden. Burkart compró una lata de jugo de naranja y se decidió por una botella de limonada para afeitarse. Sólo cuando fue a hacerlo descubrió que la limonada corta el jabón y no produce espuma. De manera que declaró definitivamente el estado de emergencia y se afeitó con jugo de duraznos.

Primer anuncio de cataclismo: Una señora riega el jardín

Con su cerebro alemán perfectamente cuadriculado y sus experiencias de guerra, Samuel Burkart sabía calcular con la debida anticipación el alcance de una noticia. Eso era lo que había hecho, tres meses antes, exactamente el 26 de marzo, cuando leyó en un periódico la siguiente información: "En La Mariposa sólo queda agua para 16 días".
La capacidad normal del dique de La Mariposa, que surte de agua a Caracas es de 9.500.000 metros cúbicos. En esa fecha a pesar de las reiteradas recomendaciones del INOS para que se economizara el agua, las reservas estaban reducidas a 5.221.854 metros cúbicos. Un meteorólogo declaró a la prensa, en una entrevista no oficial que no llovería antes de junio. Pocas semanas después el suministro de agua se redujo a una cuota que era ya inquietante, a pesar de que la población no le dio la debida importancia: 130.000 metros cúbicos diarios.
Al dirigirse a su trabajo, Samuel Burkart saludaba a una vecina que se sentaba en su jardín desde las 8 de la mañana a regar la hierba. En cierta ocasión le habló de la necesidad de economizar agua. Ella, embutida en una bata de seda con flores rojas, se encogió de hombros. "Son mentiras de los periódicos para meter miedo —replicó—. Mientras haya agua yo regaré mis flores." El alemán pensó que debía dar cuenta a la policía, como lo hubiera hecho en su país, pero no se atrevió porque pensaba que la mentalidad de los venezolanos era completamente distinta de la suya. A él también le había llamado la atención que las monedas en Venezuela son las únicas que no tienen escrito su valor y pensaba que aquello podía obedecer a una lógica inaccesible para un alemán. Se convenció de eso cuando advirtió que algunas fuentes públicas, aunque no las más importantes, seguían funcionando cuando los periódicos anunciaron, en abril, que las reservas de agua descendían a razón de 150.000 metros cúbicos cada 24 horas. Una semana después se anunció que se estaban produciendo chaparrones artificiales en las cabeceras del Tuy —la fuente vital de Caracas— y que eso había ocasionado un cierto optimismo en las autoridades. Pero a fines de abril no había llovido. Los barrios pobres quedaron sin agua. En los barrios residenciales se restringió el agua a una hora por día. En su oficina, como no tenía nada que hacer, Samuel Burkart utilizó su regla de cálculo para descubrir que si las cosas seguían como hasta entonces habría agua hasta el 22 de mayo. Se equivocó, tal vez por un error en los datos publicados en los periódicos. A fines de mayo el agua seguía restringida, pero algunas amas de casa insistían en regar sus matas. Incluso en un jardín, escondido entre los arbustos, vio una fuente minúscula, abierta durante la hora en que se suministraba el agua. En el mismo edificio donde él vivía, una señora se vanagloriaba de no haber prescindido de su baño diario en ningún momento. Todas las mañanas recogía agua en todos los recipientes disponibles. Ahora, intempestivamente, a pesar de que había sido anunciada con la debida anticipación, la noticia estallaba a todo lo ancho de los periódicos. Las reservas de La Mariposa alcanzaban para 24 horas. Burkart que tenía el complejo de la afeitada diaria, no pudo lavarse ni siquiera los dientes. Se dirigió a la oficina, pensando que tal vez en ningún momento de la guerra, ni aun cuando participó en la retirada del Africa Korp, en pleno desierto, se había sentido de tal modo amenazado por la sed.

En las calles, las ratas mueren de sed. El gobierno pide serenidad

Por primera vez en 10 años, Burkart se dirigió a pie a su oficina, situada a pocos pasos del Ministerio de Comunicaciones. No se atrevió a utilizar su automóvil por temor a que se recalentara. No todos los habitantes de Caracas fueron tan precavidos. En la primera bomba de gasolina que encontró había una cola de automóviles y un grupo de conductores vociferantes, discutiendo con el propietario. Habían llenado sus tanques de gasolina con la esperanza que se les suministrara agua como en los tiempos normales. Pero no había nada que hacer. Sencillamente no había agua para los automóviles. La avenida Urdaneta estaba desconocida: no más de 10 vehículos a las 9 de la mañana. En el centro de la calle, había unos automóviles recalentados, abandonados por los propietarios. Los bares y restaurantes no abrieron sus puertas. Colgaron un letrero en las cortinas metálicas: "Cerrado por falta de agua". Esa mañana se había anunciado que los autobuses prestarían un servicio regular en las horas de mayor congestión. En los paraderos, las colas tenían varias cuadras desde las 7 de la mañana. El resto de la avenida un aspecto normal, con sus aceras, pero en los edificios no se trabajaba: todo el mundo estaba en las ventanas. Burkart preguntó a un compañero de oficina, venezolano, qué hacía toda la gente en las ventanas, y él le respondió:
—Están viendo la falta de agua.
A las 12, el calor se desplomó sobre Caracas. Sólo entonces empezó la inquietud. Durante toda la mañana, camiones del INOS con capacidad hasta para 20.000 litros repartieron agua en los barrios residenciales. Con el acondicionamiento de los camiones cisternas de las companías petroleras, se dispuso de 300 vehículos para transportar agua hasta la capital. Cada uno de ellos, según cálculos oficiales, podía hacer hasta 7 viajes al día. Pero un inconveniente imprevisto obstaculizó los proyectos: las vías de acceso se congestionaron desde las 10 de la mañana. La población sedienta, especialmente en los barrios pobres, se precipitó sobre los vehículos cisternas y fue preciso la intervención de la fuerza pública para restablecer el orden. Los habitantes de los cerros, desesperados, seguros de que los camiones de abastecimiento no podían llegar hasta sus casas, descendieron en busca de agua. Las camionetas de las brigadas universitarias, provistas de altoparlantes, lograron evitar el agua. A las 12.30 el Presidente de la Junta de Gobierno, a través de la Radio Nacional, la única cuyos programas no habían sido limitados, pidió serenidad a la población, en un discurso de 4 minutos. En seguida, en intervenciones muy breves, hablaron los dirigentes políticos, un representante del Frente Universitario y el Presidente de la Junta Patriótica. Burkart, que había presenciado la revolución popular contra Pérez Jiménez, cinco meses antes, tenía una experiencia: el pueblo de Caracas es notablemente disciplinado. Sobre todo, es muy sensible a las campañas coordinadas de radio, prensa, televisión y volantes. No le cabía la menor duda de que ese pueblo sabría responder también a aquella emergencia. Por eso lo único que le preocupaba en ese momento era su sed. Descendió por las escaleras del viejo edificio donde estaba situada su oficina y en el descanso encontró una rata muerta. No le dio ninguna importancia. Pero esa tarde cuando subió al balcón de su casa a tomar fresco después de haber consumido un litro de agua que le suministró el camión cisterna que pasó por su casa a las 2, vio un tumulto en la Plaza de la Estrella. Los curiosos asistían a un espectáculo terrible: de todas las casas, salían animales enloquecidos por la sed. Gatos, perros, ratones, salían a la calle en busca de alivio para sus gargantas resecas. Esa noche a las 10, se impuso el toque de queda. En el silencio de la noche ardien te sólo se escuchaba el ruido de los camiones del aseo, prestando un servicio extraordinario: primero en las cali y luego en el interior de las casas, se recogían los cadáver de los animales muertos de sed.

Huyendo hacia Los Teques. Una multitud muere de insolación

48 horas después de que la sequía llegó a su puntó culminante, la ciudad quedó completamente paralizada. El gobierno de los Estados Unidos envió, desde Panamá, un convoy de aviones cargados con tambores de agua. Las Fuerzas Aéreas Venezolanas y las compañías comerciales, que prestan servicio en el país, sustituyeron sus actividades normales por un servicio extraordinario de transporte de agua. Los aeródromos de Maiquetía y La Carlota fueron cerrados al tráfico internacional y destinados exclusivamente a esa operación de emergencia. Pero cuando se logró organizar la distribución urbana, el 30% del agua transportada se había evaporado a causa del calor intenso. En las Mercedes y en Sabana Grande, la policía incautó, el 7 de junio en la noche, varios camiones piratas, que llegaron a vender clandestinamente el litro de agua hasta a 20 bolívares. En San Agustín del Sur, el pueblo dio cuenta de otros dos camiones piratas, y repartió su contenido, dentro de un orden ejemplar, entre la población infantil. Gracias a la disciplina y el sentido de solidaridad del pueblo, en la noche del 8 de junio no se había registrado ninguna víctima de la sed. Pero desde el atardecer, un olor penetrante invadió las calles de la ciudad. Al anochecer, el olor se había hecho insoportable. Samuel Burkart descendió a la esquina con la botella vacía, a las 8 de la noche, e hizo una ordenada cola de media hora para recibir su litro de agua de un camión sisterna conducido por boy-scouts. Observó un detalle: sus vecinos, que hasta entonces habían tomado las cosas un poco a la ligera, que habían procurado convertir la crisis en una especie de carnaval, empezaban a alarmarse seriamente. En especial a causa de los rumores. A partir de mediodía, al mismo tiempo que el mal olor, una ola de rumores alarmistas se habían extendido por todo el sector. Se decía que a causa de la terrible sequedad, los cerros vecinos, los parques de Caracas, comenzaban a incendiarse. No habría nada que hacer cuando se desencadenara el fuego. El cuerpo de bomberos no dispondría de medios para combatirlo. Al día siguiente, según anuncio de la Radio Nacional, no circularían periódicos. Como las emisoras de radio habían suspendido sus emisiones y sólo podían escucharse tres boletines diarios de la Radio Nacional, la ciudad estaba, en cierta manera, a merced de los rumores. Se transmitían por teléfono y en la mayoría de los casos eran mensajes anónimos.
Burkart había oído decir esa tarde que familias enteras estaban abandonando a Caracas. Como no habían medios de transporte el éxodo se intentaba a pie, en especial hacia Maracay. Un rumor aseguraba que esa tarde, en la vieja carretera de Los Teques, una muchedumbre empavorecida que trataba de huir de Caracas había sucumbido a la insolación. Los cadáveres expuestos al aire libre, se decía, eran el origen del mal olor. Burkart encontraba exagerada equella explicación, pero advirtió que, por lo menos en su sector, había un principio de pánico.
Una camioneta del Frente Estudiantil se detuvo junto al camión cisterna. Los curiosos se precipitaron hacia ella, ansiosos de confirmar los rumores. Un estudiante subió a la capota y ofreció responder, por turnos, a todas las preguntas. Según él, la noticia de la muchedumbre muerta en la carretera de Los Teques era absolutamente falsa. Además, era absurdo pensar que ese fuera el origen de los malos olores. Los cadáveres no podían descomponerse hasta ese grado en cuatro o cinco horas. Se aseguró que los bosques y parques estaban colaborando en una forma heroica y que dentro de pocas horas llegaría a Caracas, procedente de todo el país, una cantidad de agua suficiente para garantizar la higiene. Se rogó transmitir por teléfono estas noticias, con la advertencia de que los rumores alarmantes eran sembrados por elementos perezjimenistas.

En el silencio total, falta un minuto para la hora cero

Samuel Burkart regresó a su casa con un litro de agua a las 6.45, con el propósito de escuchar el boletín de la Radio Nacional, a las 7. Encontró en su camino a la vecina que, en abril, aún regaba las flores de su jardín. Estaba indignada contra el INOS, por no haber previsto aquella situación. Burkart pensó que la irresponsabilidad de su vecina no tenía límites.
—La culpa es de la gente como usted, dijo, indignado. El INOS pidió a tiempo que se economizara el agua. Usted no hizo caso. Ahora estamos pagando las consecuencias.
El boletín de la Radio Nacional se limitó a repetir las informaciones suministradas por los estudiantes. Burkart comprendió que la situación estaba llegando a su punto crítico. A pesar de que las autoridades trataban de evitar la desmoralización, era evidente que el estado de cosas no era tan tranquilizador como lo presentaban las autoridades. Se ignoraba un aspecto importante: la economía. La ciudad estaba totalmente paralizada. El abastecimiento había sido limitado y en las próximas horas faltarían los alimentos. Sorprendida por la crisis, la población no disponía de dinero efectivo. Los almacenes, las empresas, los bancos, estaban cerrados. Los abastos de los barrios empezaban a cerrar sus puertas a falta de surtido: las existencias habían sido agotadas. Cuando Burkart cerró el radio comprendió que Caracas estaba llegando a su hora cero.
En el silencio mortal de las 9 de la noche, el calor subió a un grado insoportable, Burkart abrió puertas y ventanas pero se sintió asfixiado por la sequedad de la atmósfera y por el olor, cada vez más penetrante. Calculó minuciosamente su litro de agua y reservó cinco centímetros cúbicos para afeitarse el día siguiente. Para él, ese era el problema más importante: la afeitada diaria. La sed producida por los alimentos secos empezaba a hacer estragos en su organismo. Había prescindido, por recomendación de la Radio Nacional de los alimentos salados. Pero estaba seguro de que el día siguiente su organismo empezaría a dar síntomas de desfallecimiento. Se desnudó por completo, tomó un sorbo de agua y se acostó boca abajo en la cama ardiente, sintiendo en los oídos la profunda palpitación del silencio. A veces, muy remota, la sirena de una ambulancia rasgaba el sopor del toque de queda. Burkart cerró los ojos y soñó que entraba en el puerto de Hamburgo, en un barco negro, con una franja blanca pintada en la borda, con pintura luminosa. Cuando el barco atracaba, oyó, lejana, la gritería de los muelles. Entonces despertó sobresaltado. Sintió, en todos los pisos del edificio, un tropel humano que se precipitaba hacia la calle. Una ráfaga cargada de agua tibia y pura, penetró por su ventana. Necesitó varios segundos para darse cuenta de lo que pasaba: llovía a chorros.

Desolación y olor a muerte en una Nueva Orleans desvastada

Lunes 05.09.2005 Clarín.com El Mundo
DESASTRE EN EE.UU. - CLARIN EN NUEVA ORLEANS: LA CIUDAD ARRASADA POR EL HURACAN KATRINA
Desolación y olor a muerte en una Nueva Orleans devastada
Clarín recorrió barrios cubiertos por aguas hediondas, donde las autoridades estiman que hay cadáveres sepultados. Toda la zona está militarizada. La histórica cuna del jazz es hoy la imagen del desamparo.
Hinde Pomeraniec. NUEVA ORLEANS ENVIADA ESPECIAL hpomeraniec@clarin.com"Move on, move oooon", grita histérico el policía cerca de Hartmond, en Louisiana, mientras acomoda los conos con los que se indica que hay un corte de ruta. Está nervioso y da miedo. Parece salido de una película de Tarantino y el argumento más lógico diría que el hombre debe enloquecer en los próximos dos segundos y comenzar a disparar. Hay mucho nervio por aquí, las colas de gente que quiere ir para el lado de Nueva Orleans es infinita y el calor revienta los sesos de cualquiera. Decidimos hacerle caso porque el sujeto no escucha razones. Llegamos hasta aquí a puro instinto, siguiendo un camino que nos trazó un colega de la CNN y los retenes se van poniendo cada vez más exigentes. Una fila infinita de camiones de todo tipo pone rumbo al oeste: electricidad, agua, comida, bomberos. Un desfile incesante de vehículos militares, con camiones del Ejército y hummers llenos de soldados que saludan a la gente, sacude la ruta llena de autos abandonados por falta de nafta y fragmentos de neumáticos reventados. También algún perro muerto. No paran de pasar los helicópteros por encima de nuestros cerebros.Voy con Pablo en un auto alquilado. Somos dos periodistas argentinos queriendo llegar a la ciudad que agoniza bajo el agua. Hace días que estamos haciendo base en Mobile y moviéndonos por Biloxi y Gulfport, en Mississippi, donde el huracán Katrina dejó un recuerdo imborrable de destrucción y muerte y ahora vamos hacia el lugar que el gobierno de EE.UU. dejó librado a su destino durante cinco días. Nueva Orleans sobrevivió en principio al huracán pero al día siguiente de su paso los diques que contenían al lago Pontchartrain cedieron y la cuna del jazz sucumbió. Quienes están ahí adentro cuentan cosas horribles. Que los muertos se amontonan en depósitos, que hay cadáveres por todos lados. Que la violencia de los despojados se disparó en un festival macabro de saqueos, violaciones y ataques a las fuerzas de seguridad.Una tremenda 4x4 se aparece en el camino. Desde adentro, alguien saca y muestra a los policías ubicados en el checkpoint una enorme placa que dice NBC, la cadena de la que es propietaria la General Electric y que aquí juega de local y fuerte. Keith, el chofer, tiene la mejor de las disposiciones. Va con un par de periodistas y nos dice que nos pongamos detrás suyo. Que él nos abre el camino y nos guía. Va para el centro de Nueva Orleans bordeando la mayor parte de la ciudad intransitable por el agua y ya entró varias veces. La conoce. Se lo ve seguro.Gracias al amigo americano, el policía de turno nos marca con tinta blanca indeleble el vidrio del auto, señal de que desde ahora en más no van a molestarnos. Al menos no tanto.Bordeamos colas interminables de gente que quiere volver a sus casas o visitar a parientes, o personas que llevan víveres o agua para los desamparados, más todo el resto del universo de la emergencia, que transporta desde generadores hasta remedios para las víctimas del desastre.Damos vueltas y vueltas; el escenario comienza a transformarse. Pantanos que dan miedo a cada lado de la ruta. Ingresamos a la ciudad, son los suburbios. Hombres y mujeres llevan en carritos de supermercados cajas que les acaba de dar el Ejército de Salvación. Cruzan tomando botellitas de agua. Algunos van en bicicletas, con su carrito al lado. Hay postes de electricidad tirados y cables sueltos por todos lados. Hay gente que está parada en las veredas con carteles. Piden comida. Un hombre en silla de ruedas mendiga y reza. A su lado, un adolescente se devora un paquete de papas fritas que le acaba de dar el chofer de la NBC. Más vueltas y vueltas por la Tchoupitolas, una calle que rodea el centro de Nueva Orleans. La ciudad está vacía y militarizada. Techos derruidos, árboles caídos, vidrios rotos. Mucha basura.A cada paso hay un vehículo con un soldado custodiando edificios y esquinas, Sobre la calle Eleonore, hay una serie de casitas típicas, de madera y balcón al frente, con pequeñas escaleras y puertas vaivén con mosquitero. Las hamacas están vacías y no hay siquiera viento que las mueva. Hay autos abandonados, otros destruidos, aplastados. Un Walmart es la foto de una película de anticipación. Totalmente cerrado, una decena de autos espera que sus dueños vuelvan a buscarlos.Las mansiones del boulevard Napoleón son mudos testigos del desastre. Se levantan imponentes en medio de un paisaje desolador de árboles arrancados y mugre esparcida. Las iglesias están cerradas. Es domingo y el silencio es total. Lo único que se escucha es el ruido de nuestro de miedo ¿¿No hay nadie aquí??A la derecha, un cartel indica que ahí está el Audubon Zoo y uno no puede dejar de preguntarse qué habrá sido de los animales de ese zoológico si a las personas las trataron con tanta indiferencia y desdén.El olor comienza a ser fuerte. Pablo dice que es olor a muerto y él sabe de eso. Le tocó cubrir para distintos medios el tsunami en el sudeste asiático en diciembre, y estuvo allí 15 días. Dice que la gente confunde el olor a cloaca y basura con éste, que es distinto, penetrante y dulzón hasta el vómito.Empiezan a aparecer señales de lo que fue una zona comercial de Nueva Orleans: Starbucks, Whole Foods Market, Bank of Nuew Orleans, dicen los carteles. Varios tienen maderas sobre los vidrios, pare evitar los saqueos. Por allí pasa un hombre muy delgado, camisa abierta, barba de días, ojos de noche. Es negro y tiene hambre. Es lo único que tiene. "Me quede sin casa y estoy solo", dice. Está descalzo.Un cartel en azul y blanco nos dice que somos bienvenidos al centro de Nueva Orleans. Vamos por Corondelet y Perdido (qué nombre para una calle en esta ciudad). Unos metros después está la plaza Lee Circle y ahí nomás se aparecen los nombres de cadenas de hoteles importantes: Intercontinental, Marriot.No se ve a nadie, las tareas de evacuación están dejando a este lugar completamente solo. Los carteles son tan familiares: Western Union, United Fruit and Company. Un café de la cadena Rue de la Course, en la Saint Charles, tiene todos los vidrios rotos y señales inequívocas del saqueo. Un hombre de pelo largo y blanco, vestido con un short, una camisa sucia y deshilachada y en pantuflas camina con una botella de cerveza vacía en la mano. Como si fuera un chupete, de a ratos la lleva a la boca. No va a ningún lado. Como pequeños fantasmitas, tres turistas alemanes pasean en bicicleta. Los hombres son rubios y cincuentones, ella tiene el pelo teñido de negro rabioso y varias cirugías. No queda claro qué buscan...Ahí está el agua. A la vuelta de la esquina comienza el antiguo barrio francés, hoy a la deriva tras la inundación. Hay agua por todas partes, son cursos desobedientes que se desvían caprichosos por las calles y que en algunos casos llegan a varios metros de profundidad. Tiene un color oscuro, muy oscuro. Hay olor a podrido y no se escucha ningún ruido. Dicen que no lejos de aquí hay un depósito con cientos de cadáveres. Pero quién se anima a meter un pie en estas aguas hediondas y con quién sabe qué colchón de podredumbre debajo.Dos policías con pasamontañas buscan intimidar a los revoltosos que se convirtieron en el nuevo enemigo de EE.UU. Katrina no puede ser un blanco: fue viento y voló. En cambio, aquellos que muestran el lado oculto del país más poderoso, los que amenazan, saquean, disparan y vociferan insultos contra el gobierno, se han convertido en el objetivo a perseguir con "tolerancia cero", como dijo George Bush.Los militares que siguen llegando en largos convoyes escoltan a los miles de solitarios desamparados que son transportados al aeropuerto Louis Armstrong, desde donde los desvían a distintos puntos del sur del país: Houston, San Antonio, Baton Rouge. El silencio es tan profundo que hasta parece un blues.